Tres horas para amarte...
El reloj marcaba las 3:15 de la tarde cuando Martín subió al tren con su mochila al hombro y un libro viejo en las manos. Se sentó junto a la ventana, preparándose para las tres horas de viaje que lo llevarían a su destino. Al rato, una joven con cabello castaño y una sonrisa tímida ocupó el asiento junto a él.
—Hola —dijo ella, acomodando su maleta pequeña en el compartimiento superior.
—Hola —respondió Martín con una ligera sonrisa—. ¿También rumbo al sur?
—Sí, visita familiar. ¿Y tú?
—Trabajo. Aunque un poco de escapada tampoco viene mal.
Ambos rieron suavemente. Ella extendió la mano.
—Soy Clara.
-Martín. Encantado.
El tren comenzó a moverse, y mientras el paisaje se deslizaba ante la ventana, Martín y Clara intercambiaron historias de su vida, como si fueran viejos conocidos. Hablaban con entusiasmo, mezclando risas y miradas cómplices.
—¿Sabes? —dijo Clara en un momento, con una sonrisa curiosa—. Nunca había hablado tanto con alguien en un tren.
—Yo tampoco —admitió Martín, mirándola con una mezcla de sorpresa y algo que no quería admitir como amor a primera vista—. Pero contigo es fácil.
El sol comenzó a bajar en el horizonte, pintando el cielo de tonos cálidos. Un anciano sentado al otro lado del vagón observaba la escena con una sonrisa.
—Ustedes dos parecen sacados de una película romántica —comentó con voz grave.
Clara se sonrojó y Martín río.
—Tal vez lo somos, pero es una película muy corta —respondió Martín, pensando en la cercanía del destino.
Cuando faltaba media hora para llegar, el tren comenzó a reducir la velocidad. En el vagón se sintió un leve sobresalto. La gente murmuraba.
—Crees que sea algo grave? —preguntó Clara, mirándolo con preocupación.
—Seguramente no, solo ajustes de rutina —contestó Martín para tranquilizarla.
Pero en un instante, todo cambió. Un fuerte estruendo se escuchó, seguido por un movimiento violento que lanzó a los pasajeros contra los asientos y el suelo. El tren se descarriló, y los vagones comenzaron a volcarse.
Cuando Martín recobró el sentido, el vagón estaba en completo caos. Buscó desesperadamente a Clara entre los escombros. La encontró tendida cerca de su asiento, con el cabello cubriendo su rostro.
—¡Clara! ¡Clara! —gritó mientras la sacudía suavemente.
Ella abrió los ojos lentamente. Su respiración era débil, pero aún sonreía.
—Martín… no te preocupes… estoy bien… —susurró, aunque ambos sabían que no era cierto.
—No hables, por favor. Ayuda llegará pronto, te prometo que estarás bien.
Clara tomó su mano con las pocas fuerzas que le quedaban.
—Gracias por hacer que este viaje… fuera tan especial.
Y con esas palabras, Clara cerró los ojos para siempre.
Cuando los equipos de rescate llegaron, encontraron a Martín sentado junto a Clara, sosteniendo su mano como si no pudiera dejarla ir. Aunque el tren se detuvo para siempre, en esas tres horas, Clara y Martín compartieron un amor tan profundo como eterno.
Para Martín, el tiempo ya no corría de la misma manera. Siempre recordaría ese viaje no como una tragedia, sino como las tres horas en que aprendió a amar de verdad.
Justo Aldú
Panameño
Derechos Reservados / noviembre 2024