En el fondo de mi abismo
penetró el sol de tus ojos,
disipando las tinieblas
con fulgor de un rayo de oro,
que abrió un tajo en mi penumbra
iluminándolo todo.
En mis jardines marchitos
se convirtieron de pronto,
las ortigas en gardenias,
y en orquídeas los abrojos,
cuando un rosario de perlas
explotó en tus labios rojos.
La magia de tu sonrisa
hizo más tibio mi otoño,
florecieron mil estrellas
en mis cielos procelosos,
una eterna primavera
sembró mi alma de retoños,
y descrubí el paraíso
con sólo mirar tu rostro.