Por entre la desvencijada
Puerta del rústico refugio,
Gemía la persistente ventisca,
Arremolinaba sobre la pradera
La corrompida hojarasca.
El frío nos traspasaba y
Temblábamos en suspiros
De un apasionado amor
Cabalgando los desnudos cuerpos,
Entre el heno tendidos.
Los sentidos sublimados
Atrincherados bajo suspiros,
Bajo crepitantes delirios
De las cerchas en la techumbre.
Dentro de aquel chamizo
Recogidos en nuestra penetrante
Osadía, hasta la sofocada calma,
De aquella tibia naturaleza.
Ya el viento apenas sopla,
La paz ha vuelto, carnal,
Entre dos alimañas, abrazados
¡Lejos, la ventisca solloza de envidia ¡