El último sendero
Caperucita caminaba por el bosque, el cesto lleno de dulces y el corazón despreocupado. Entre los árboles, apareció el lobo, ojos brillantes y voz suave.
—A dónde vas, pequeña? —preguntó, fingiendo inocencia.
—A casa de mi abuela —respondió ella con una sonrisa.
Lo que nadie sabía era que la abuela ya no vivía allí. El lobo había cometido su error días atrás. Ahora, Caperucita llevaba algo más que dulces en el cesto: un cuchillo afilado y un plan.
Por el sendero largo y claro, Caperucita y el lobo confiado, desaparecieron entre los árboles.
El bosque no escuchó gritos esa tarde, solo el silencio pesado de un cazador que finalmente había sido cazado.