Et lux perpetua luceat eis
Tan valiente en su muerte
y en su vida
como un noble soldado,
tan alegre y gentil como la alondra
que llama con su canto al nuevo sol.
Qué lástima que el brillo
de sus divinos ojos de esmeralda
se haya apagado ahora,
que no nos llene ya de gozo oir
la gracia de su risa.
Ella, que era de luz, voló a la luz,
su patria verdadera,
al reino del amor y la alegría.
Pero todos lloramos porque eso
ha sucedido demasiado pronto.