Nunca le dejarás ir,
aunque sus olas nos devasten
con su furia ciega,
y ahogue nuestro tiempo,
aunque su frío nos arrastre
y se acabe el invierno,
nunca le dejarás ir.
Nunca le dejarás ir,
pese a la ternura pasada,
marcando el contraste
entre los momentos
y la magia del instante,
del sueño ahora tan ausente;
nunca le dejarás ir.
La quietud es frágil
con su efluvio y su fluir,
te vi que añoraste
antes de partir,
siendo un fragmento
del romance y del cielo,
en recuerdo grácil.
Nunca le dejarás ir,
porque es la luna prisionera,
el sol quimérico se engaña,
falso el fuego, falsa la esfera,
en su inercia por seguir,
aunque se acabe la noche
y llegue la mañana,
siendo todo, hablando de nada;
nunca le dejarás ir.