Entra la brisa verdemar a cruzar
la ría de Solía,
recubriendo de rocío el valle
esmeralda que en la montaña se incrusta,
en medio de bosques que antaño talaron
para gloria de nautas
que exploraron tierras alejadas
y remotas.
Valle de nubes plomizas que al alba
se disuelven en gotas
de impulso llovizno.
Valle de jades dispersos,
fragancias a yerba mojada,
a yerba cortada.
Valle de entramadas sendas
mullidas de lodo y cieno,
caminos de almas perdidas
con bruños paraguas, dalles
afilados a filo picado en solido
suelo mojado, recorren prados
y pastos buscando la cueva,
refugio pasado.
Valle Real de hidalgos,
nombrados ilustres labriegos,
que en sus casonas
solariegas cuelgan blasones,
para gloria de esta tierra
de hombres rudos,
nobles solariegos.
Valle de tierra oxidada,
sangrada a base de pico y pala,
duramente horadada
desde siglos despreñada,
de sus rocas se fraguo
las bocas que fuego expulsaba.