Si no te tengo
confianza
no te soy ético.
—transcribo a Adela Cortina.
Una vía que se pierde
por y hacia un punto de fuga,
un camino férreo, atravesado
de lingotes de madera mala,
de esa que no se osa usar
en la ebanistería al uso,
esa que se paga en oro,
esta de la que si desangro
el bolsillo del que como
no profiere gritos de dolor,
no, porque ese dolor enseña,
no, porque es lícito dolerse.
Una vía, en blanco y negro,
que vi en un espacio televisivo
—Boek visual—, y que habla
de poesía imaginaria —lo digo
porque es en imágenes—y que
un narrador, por boca vicaria
de la autora, pone voz lírica,
sugerente, de la que me hago
eco en estas palabras.
Confío en que hagas lo correspondiente,
lo que estipula la buena fe y el justo
raciocinio, ese que desde una antigüedad
tan remota como la clásica se empezó
a enladrillar y que ahora es santo y seña
de cada pensar, de cada quisque.
Estoy siendo vagón en vía muerta,
lo sé, y por eso no te reprocho
tu impasibilidad, tu frialdad acérrima
y polar para con mis fibras, y dejo
que la marejada de esta tempestad
desatada se venza en sus cimientos.
También vi, ahora que me hago
a recordar, una gota que desde cierta
distancia vertical caía constituyendo
ondas, que expansivas dibujaban una diana,
y que, tras el breve lapso de diez segundos,
desaparecían como estelas en el mar; y paro,
reflexiono, e inquiero sobre cómo el fondo,
lo que está debajo de la escena
donde tiene lugar lo que cuento, permanece
exento a toda esa agitación molecular, callado,
sin nada que apostillar a la física de partículas
que se está gestando —como yo contigo—.
Una vía muerta —eso estoy acabando
por ser...—