Nunca sentí un adiós tan verdadero
La fuerza con la que guardaba
los momentos que compartimos
se debilita hasta la muerte.
El gusto por escribir de ti,
de tu alma y del amor,
se evapora como el humo
de los últimos cigarrillos.
Se derrumba
sin sentir la necesidad de sostenerlo,
acaba sangrante,
como la luz del día en el atardecer.
Después de tanto,
después de las lágrimas
y miles de palabras,
acaba el dolor
que produce este sentimiento.
No hay agradecimiento
ni remordimiento,
sólo queda el recuerdo
del sentir tan crudo del amor.
Han pasado más de 2,592,000 minutos,
43,200 horas,
1,800 días,
5 años
y lágrimas incalculables
que has permanecido en mí.
Y aún así prefiero darte esta despedida,
llenando una hoja más
de palabras
que sólo tú logras ocupar.
Es otra noche fría.
Sí, esas que tanto me gustan.
En el silencio perfecto de la noche,
con las luces lejanas de la ciudad,
el cabello despeinado,
el desastre natural y eterno.
Y sin olvidar
que el aire olía a despedida
a una despedida
que no lastima mi corazón.