Mario Gonzales Benito

La Mesa Vacía

A veces, la soledad pesa más cuando te sientas a una mesa vacía. Es una tristeza que cala hondo, pero más desgarrador aún es el hambre, ese abismo que duele cuando no hay nada para saciarlo. Más amarga se vuelve la sensación al ver a alguien cercano disfrutar y compartir al lado tuyo, sin siquiera ofrecerte una migaja de su abundancia. Y hay momentos en los que, en silencio, tragas tus propias salivas para engañar al vacío que crece dentro de ti, como si así pudieras calmar el dolor de no tener nada.

Es todavía más cruel sentir que tal vez recibirás algo, un pequeño gesto, pero al final, tus manos permanecen vacías y tu anhelo se estrella contra la realidad. Mientras tanto, las risas de los demás llenan el aire, rebotan a tu alrededor, y tú solo puedes contemplar desde ese rincón de ausencia. Todo eso duele. Duele para un alma hambrienta, duele para alguien que ansía un poco de alivio. Es una tristeza que se acumula, que no se puede describir del todo, pero se siente como un nudo en el pecho.

A pesar de ello, no dejo que la fe se apague en mí. Aún tengo la esperanza de que el mañana será diferente. Me imagino un futuro donde mi mesa esté llena, no solo de alimentos, sino de risas, de amigos, de familia y de desconocidos que encuentren en mí un gesto de bondad. Lo que tenga, por sencillo que sea, lo compartiré. Porque entiendo lo que significa no tener nada y sé cuán importante es un acto de generosidad.

Sueño con el día en que pueda compartir los mejores platillos con mi padre, con mis amigos y con quienes amo. Puedo imaginarlo: todos sentados, entre risas y conversaciones que llenan el alma, disfrutando de momentos que quedarán grabados para siempre. Ese día llegará, lo sé. Hoy sufro, hoy llevo el peso de mi propia amargura, pero no me detendré. Algún día, estoy seguro, lo tendremos todo.

Señor, Creador del universo, dame fuerzas. Dame valor para resistir estos tiempos difíciles. Dame fortaleza para seguir adelante, para no perderme en la desesperanza. Ayúdame a mantenerme firme en el camino, con la fe intacta de que un futuro mejor me espera.

Fin.