Vi sus ojos brillar al mirarme,
refugiados en el silencio
de aquel instante eterno,
donde el tiempo se detuvo.
Nuestro mundo construía
sobre inocentes promesas,
como estrellas fugaces,
testigos de esa pasión primera.
Creamos un latido compartido
y mantuvimos su ritmo,
escrito entre las sabanas
de aquellas noches,
con un lenguaje solo nuestro.
Pensamos por un instante,
que nada nunca se llevaría
aquellos respiros del aire,
pero nuestra inmadurez
como sombra de un ocaso,
y la despiadada realidad
rompieron nuestros lazos.
Cuan triste después de ser,
es caer, en el abismo del fracaso.