Bajo el manto de un cielo bordado de estrellas,
dos vidas errantes cruzaron sus huellas.
Él, un viajero con sueños callados,
ella, un misterio de pasos pausados.
En un tren que avanzaba sin rumbo ni guía,
sus ojos chocaron como poesía.
Sin palabras precisas, sin miedos fingidos,
un susurro invisible unió sus sentidos.
\"Desciende conmigo,\" pidió con dulzura,
y ella aceptó la propuesta segura.
La noche envolvía la ciudad dormida,
un lienzo perfecto para aquella vida.
Por calles de piedra, por puentes de historia,
se tejió entre ellos un hilo de gloria.
Hablaban del tiempo, del alma perdida,
de los sueños que deja la vida vencida.
\"¿Crees en el destino que une los pasos?\"
dijo él, mientras el viento rozaba sus brazos.
\"Tal vez,\" respondió con sonrisa serena,
\"el amor nos encuentra aunque el mundo lo niega.\"
La luna los miraba desde su balcón,
mientras sus palabras tejían canción.
El río guardaba cada melodía,
y Viena vibraba en su fantasía.
Una copa de vino, miradas furtivas,
los labios temblaban, las risas cautivas.
Él la observaba con fuego en su pecho,
ella sentía que el tiempo era estrecho.
Bailaron sin música, guiados por la calma,
sus cuerpos en danza, sus almas en el alma.
El silencio hablaba, el espacio temblaba,
y el mundo entero por fin se olvidaba.
\"Si todo termina al llegar la aurora,
que esta noche viva, que nunca se evapore ahora.
Si somos estrellas cruzando caminos,
que el amor nos guarde como peregrinos.\"
El reloj avanzaba, el tren ya esperaba,
la promesa del alba sus sombras llamaba.
\"Volvamos aquí, sin cartas ni fechas,
si el amor es eterno, vencerá las brechas.\"
Los pasos se alejaron, pero no el latido,
sus almas quedaron en un solo hilo.
Aunque el tren partiera, dejando vacío,
en la ciudad quedó su eterno rocío.
Por siempre Viena guardará el momento,
el eco de risas, susurros al viento.
Dos almas que un
día, bajo su claridad,
hallaron el fuego de la eternidad.