Orlando Rivera Fernandez

CIÈRRALA

Cierra la puerta.

Hablemos despacio.

El día es joven,

la tarde larga,

infinita la noche.

Pero no hablemos con el

lenguaje cotidiano del pueblo.

Cierra la puerta y hablemos

con nuestros ojos,

con temerosas mariposas

en el seno.

Hablemos con un lenguaje nuestro, el que se oye en el aliento, en el agitado

pulso del cuello.

Cierra la puerta y dejemos que

el silencio haga ruido en

nuestro pecho.

Hablemos con el temblor de

nuestras manos y con el calor de la epidermis en fuego.

Cierra la puerta y deja que tus pies escuchen el consuelo de mis dedos, déjame sanar tus Aquiles de nuevo.

Permíteme acariciar tus piernas con aceite de sàndalo y cedro,

conversemos con palabras que

no se oyen, solo se sienten en la mèdula del cerebro.

Cierra la puerta y déjame consolar tú alma donde más  duele, donde se necesita

un bàlsamo que apacigüe

el aguijón interno.

Hablemos con el palpitar de galopes que corren hasta

donde se abre el cielo.

Cierra la puerta y miremos las sombras a media luz,

dos aves a la deriva

en las alas del viento.

Hablemos con la puerta cerrada, a susurros,

a entrecortados momentos.

Cierra la puerta, inventemos un lenguaje nuevo de quejidos tenues, de agua brava, de asombro lento.

Hablemos con nuestros sentidos,

y no abras la puerta hasta que se escuche en la distancia un trueno.

Cierra la puerta,

consagremos el momento,

la noche se extiende,

hay ayuno de sueño.

 

-Orlando