Cierra la puerta.
Hablemos despacio.
El día es joven,
la tarde larga,
infinita la noche.
Pero no hablemos con el
lenguaje cotidiano del pueblo.
Cierra la puerta y hablemos
con nuestros ojos,
con temerosas mariposas
en el seno.
Hablemos con un lenguaje nuestro, el que se oye en el aliento, en el agitado
pulso del cuello.
Cierra la puerta y dejemos que
el silencio haga ruido en
nuestro pecho.
Hablemos con el temblor de
nuestras manos y con el calor de la epidermis en fuego.
Cierra la puerta y deja que tus pies escuchen el consuelo de mis dedos, déjame sanar tus Aquiles de nuevo.
Permíteme acariciar tus piernas con aceite de sàndalo y cedro,
conversemos con palabras que
no se oyen, solo se sienten en la mèdula del cerebro.
Cierra la puerta y déjame consolar tú alma donde más duele, donde se necesita
un bàlsamo que apacigüe
el aguijón interno.
Hablemos con el palpitar de galopes que corren hasta
donde se abre el cielo.
Cierra la puerta y miremos las sombras a media luz,
dos aves a la deriva
en las alas del viento.
Hablemos con la puerta cerrada, a susurros,
a entrecortados momentos.
Cierra la puerta, inventemos un lenguaje nuevo de quejidos tenues, de agua brava, de asombro lento.
Hablemos con nuestros sentidos,
y no abras la puerta hasta que se escuche en la distancia un trueno.
Cierra la puerta,
consagremos el momento,
la noche se extiende,
hay ayuno de sueño.
-Orlando