Yeshuapoemario

Nosotros amamos porque él nos amó primero (1 Juan 4:19).

 

En el vasto lienzo del universo, el amor se pinta con pinceladas de divinidad, trazando caminos de luz en la oscuridad del vacío. Es el amor, esa fuerza primordial, que nos une en un lazo eterno, trascendiendo el tiempo y el espacio, resonando con la verdad ancestral que nos amaron primero. Como estrellas fugaces, nuestras almas se deslizan por la bóveda celeste, guiadas por el fulgor de ese amor supremo, que nos enseña a amar sin medida, sin espera.

 

El amor divino, insondable y puro, nos invita a mirar más allá de nosotros mismos, a ver en cada rostro un reflejo de esa chispa celestial. Nos enseña que amar es un acto de valentía, un sacrificio voluntario, una entrega sin fin. En el sacrificio de Jesús encontramos el eco de un amor que no conoce fronteras, un amor que se despoja de todo, incluso de la vida misma, para abrazar a la humanidad en su conjunto.

 

Y así, inspirados por el ejemplo supremo, nos preguntamos cómo podemos emular tal amor. ¿Cómo podemos transformar la gratitud en acción, la fe en servicio, la esperanza en realidad? Es un amor que no se queda en palabras, sino que se manifiesta en cada gesto, en cada acto de bondad, en cada momento de compasión. Es un amor que construye puentes, que rompe barreras, que sana heridas.

 

En la quietud de la reflexión, encontramos que ese amor nos moldea, nos define, nos impulsa a ser mejores, a buscar la luz en medio de la sombra. Nos motiva a extender nuestras manos, a compartir el calor de nuestro espíritu, a ser faros de esperanza en un mundo que a menudo se siente perdido. Es un amor que nos llama a ser amigos, hermanos, compañeros de viaje en esta odisea de la vida.

 

Porque al final, el amor que sentimos por lo divino se refleja en el amor que ofrecemos a los demás. Es un ciclo perpetuo, una corriente que fluye sin cesar, alimentando el río de la vida con aguas de ternura y compasión. En cada acto de amor, en cada palabra de aliento, en cada abrazo sincero, estamos respondiendo al llamado más antiguo, estamos amando porque Él nos amó primero.