Te evitaba,
por temor a la cumbre que significa tu presencia,
por temor al aire fresco que brota de tu esencia,
demasiado propicio para hinchar las velas,
y navegar sin temores en alta mar.
Te evitaba,
por contemplarme vulgo y profano ante tu figura excelsa,
por temor a compartir el silencio y desnudar el alma,
en la estrechez de los afectos,
que impedían creer y esperar la musa de los sueños.
Hasta que llegaste tú,
agitando como el viento las hojas y las zarzas,
colmando con tu canto la cítara de los sueños,
transformando el nombre del hombre,
en herencia y linaje.
Hasta que llegaste tú,
con el traje blanco sin necesidad de la púrpura,
y el pecho dispuesto al abrazo y la ternura,
a la más noble entrega del amor al retoño,
que traza el camino de ascendientes y descendientes.
Has alineado los surcos.
Has renovado el ímpetu.
Has recogido los trozos.
Has reconstruido la vida.