En la calma del bosque, donde duerme el sendero
se alzan voces de olas que no puedo olvidar.
El viento entre las ramas se torna marinero
y en su canto me dice: “¿No oyes ya el ancho mar?”
Los pinos con sus hojas murmuran en su idioma
susurran un secreto que no quiero callar.
Sus sombras se entrelazan en forma de paloma
y en su vuelo infinito me llevan hacia la mar.
La brisa, con su frescor, me toca y me atraviesa
y el suelo se transforma en orilla de cristal.
Mis pasos sobre el musgo son ecos de tristeza
como si mi destino buscara su final.
Escucho en la distancia tambores de la espuma
un latir escondido que invita a naufragar.
La luna, entre las nubes, desvela su bruma
y alumbra mi camino, guiándome a la mar.
“¿Qué buscas?” dice el aire con su risa salina
“¿Qué anhelas encontrar donde todo es azar?”
No sé, pero mi alma se inclina y se destina
al ritmo inagotable de un eterno mar.
Quizás no haya olas, quizás solo es un sueño
un eco que se esconde donde el bosque va a estar.
Mas sé que en este ahora, profundo y tan pequeño
mi vida es un suspiro que espera la gran mar.
Mi abuela materna, María, vivía en la capital de mi isla cerca del mar, sabiendo que me fascinaba su sonido me regaló una concha marina y me dijo que si la acercaba a mi oreja, escucharía el mar! En efecto, lo podía oir claramente, o eso pensaba, fue uno de mis mejores regalos y amaba esa belleza rosada.
Vivo lejos de las costas, y me llama el sonido del mar, por eso amo a Seattle, o a Vancouver, para escuchar de nuevo el sonido del mar. Un recurso que aprecio: Videos con sonidos de lluvia y mar que me hacen sentir como la petite fille y visitar los bosques para respirar la mar!