Tuvimos la loca idea de echarle un pulso al destino
en aquel lugar tan impregnado de candentes recuerdos.
De repente, me encontré en un abrazo que podía enderezar el aire,
solo el sutil tacto de su mejilla me ataba a la tierra.
La realidad se disolvía líquida y una mirada ardiente me correspondía
como si fuera el otro lado de un espejo.
Mis manos le susurraron la piel en las huellas de la tentación,
la suyas, eran el deseo trepándome desde la planta de los pies,
y la chispa inevitable
estalló
atravesándonos los sentidos.
El fuego iluminaba el desnudo anhelo
... y cerramos la luz.
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