En el laberinto de miradas vacías,
donde risas son ecos de un viento helado,
camino entre sombras que se deslizan,
susurros de amores que nunca han vibrado.
Las calles son ríos de oscura indiferencia,
y cada paso retumba en un eco lejano,
un vals de tristeza, una cruel penitencia,
la soledad danza en mi pecho humano.
A mi lado, rostros con sonrisas brillantes,
mujeres que juegan en un vals sin compás,
pero sus ojos, profundos laberintos,
guardan abismos donde nadie vivirá.
La música me abraza con su lamento,
sus notas, dagas que el corazón perforan,
cada acorde es un grito, un oscuro tormento,
que arrastra mi esencia y a la sombra devoran.
En el aire flota un peso escalofriante,
cada acorde emana un oscuro hechizo,
una melodía amarga, un canto distante,
que me envuelve en su red, me sumerge en su aviso.
Quisiera hallar un refugio, un aliento,
donde el eco del silencio no cause temor,
pero en esta multitud, la soledad es un viento,
un monstruo que acecha, un fiero depredador.
Sigo errante, fragmento de un triste ensueño,
como un susurro perdido en la penumbra fría,
un espectro que flota entre un amor pequeño,
donde las promesas se tornan en agonía.
En la noche oscura, el alma se ama,
en sus propias cadenas, se ahoga su clamor,
y aunque las voces suenen como un dulce drama,
solo abrazan el vacío y el horror del dolor.