Creyó el amor haber marchitado,
como una flor que el tiempo abandonó,
y en la rutina, en sombras sepultado,
el fuego antiguo de su unión calló.
Ella, esposa fiel de días largos,
sentía en su pecho un frío mortal;
Pensó en su mirada, vacía de halagos,
y en su sonrisa, ya tan casual.
“¿Será que otra le roba el aliento?
¿Que sus promesas en otro lugar van?”
Se preguntaba, sola en su tormento,
mientras la duda su mente atrapaba sin plan.
Mas un día, en un sobre discreto,
llegó un poema, dulce y sincero,
que hablaba de su risa, su andar completo,
y del amor que despierta un mundo entero.
“Eres el sol que la noche atraviesa,
el fuego que mi invierno venció.
Eres un poema que camina y respira,
la musa que inspira mi alma que suspira”.
Las palabras suaves rozaron su ser,
como un amanecer que vuelve a nacer.
En secreto esperaba el siguiente mensaje,
sintiendo renacer su dulce coraje.
Se enamoró del misterio, de aquel escritor,
que supo ver en ella su más puro color.
“¿Quién eres, extraño, que ves mi verdad?
¿Quién me devuelve esta felicidad?”
Una noche, la verdad revelada,
él confesó ser la mano enamorada.
“Siempre te he amado, pero temí perder,
en el ruido diario, lo que es mi deber.”
Ella lloró entre sus brazos sinceros,
descubriendo en su hombre al amante primero.
Así, en las cartas, el amor renació,
y el fuego dormido su hogar iluminó.