En la confianza deposité mis penas,
en tu hombro buscaba consuelo y alivio,
pero tus palabras se tornaron espinas,
burlas que hirieron mi corazón sensitivo.
En la bruma de la amistad confié ciegamente,
pensando que hallaría paz en tu abrazo,
pero tu traición se volvió un dardo ardiente,
una herida profunda en mi paso.
¿Cómo pudiste, amigo, voltear mi confesión,
contra mí en los momentos de disputa?
Tus risas fueron látigos, sin comprensión,
hiriendo lo que creía nuestra ruta.
En mi vulnerabilidad te abrí mi alma,
y tú la usaste como escudo en batalla,
ahora enfrento no solo el dolor de la calma,
sino la traición que de tu boca estalla.
El peso de tus palabras cortantes persiste,
en mi mente y corazón herido,
una lección aprendida, triste,
que en la amistad, el verdadero respeto es debido.
Aunque duela, sé que debo soltar,
las cadenas de una amistad que ya no es,
donde la confianza se ha roto al hablar,
y el perdón no encuentra su vez.
Guardo mis penas para otro confidente,
uno que entienda el valor de escuchar,
y en silencio, sanaré lentamente,
las cicatrices que tu traición dejó al caminar.