¡VIVA LA VIDA!
Pasan los años, pasa la vida y con el tiempo vas aprendiendo a ejercitar los sentidos para vivirla en plenitud.
Cada sentido, un sentimiento y cada sentimiento en su momento:
El sonido de la nostalgia es el crepitar de las hojas secas bajo mis pies al caminar por un parque solitario en otoño. Ocre alfombra de recuerdos.
Piel madera de castaña, eso mismo es el otoño, suave al tacto y a la vez, dura coraza es su piel;
Fruto seco, transición…
Una altiva chimenea exhala tenue columna de humo que se funde en un abrazo con el cielo gris del invierno.
El aroma de ese humo, roble ardiendo, me inspira el calor del hogar. En un caserío ancestral, gruesas paredes de piedra encierran en sus adentros ese fuego familiar. Frío afuera, humedad y cristales empañados. Por el camino me acerco y lo inhalo, me invade esa sensación de estar donde tienes que estar, rodeado de los tuyos, dulce aroma que me evoca lo seguro.
Mi nariz no se equivoca.
Y hablando de seguridad se me viene a la memoria, la fragancia de una rosa, recuerdo de aquellos paseos, tarde de domingo, pertinaz revoloteo bajo el aura de mis padres en la infancia primavera. Y ese olor… cuando niño, todavía las flores desprendían su aroma, ahora no. Recuerdo la devoción de mi madre por las rosas; esa flor enrevesada, inquietante, tan frágil como segura, armada con sus espinas, intocable su esplendor. Y su aroma, me lleva de nuevo a ella, al principio, a su eterna protección en aquellas noches de miedo, o dolor, aquel ángel de la guarda, aquel darlo todo por nada, aquel amor por amar, incondicional.
Y si sigo con la infancia, fresa ácida en la boca, explosión de Peta Zetas, Chupa Chups,(caramelo intermitente), o aquellos otros que te llovían del cielo en la cabalgata de Reyes. Dulce infancia tuvo el gusto. Y si no, a jugar con la acidez, pepinillos, cebolletas, o tal vez, aquellas pipas saladas por doquier.
A sentir la vida plena, a preparar el paladar para lo que venga después. La amargura sin dudarlo acabará por llegar, disfrútalo mientras puedas...
Ese era nuestro lema.
Y cuando llega el verano, ¡Hágase la luz! Se ve todo más claro, todo fluye, todo vale, alma libre que se abre, fotosíntesis de emociones. El día se hace más largo y aunque todo va más rápido, se siente mucho mejor.
¡Y esos amaneceres!… divisar salir el sol, ¿Acaso hay algo más bello? ¿Quién me puede asegurar que esa luz de la que hablan, que te arrastra sin remedio hasta su seno al morir, no es más que la luz divina de un nuevo amanecer?
Dicho esto, desde la atalaya del tiempo, no me queda más remedio que gritar a los cuatro vientos:
¡Viva la vida!
LUJITAR (25-6-23)