Los participantes esperaban expectantes la orden de salida. Todos pensaban en el premio sorpresa que les habían prometido.
¿Qué podría ser?
Durante toda la mañana lo habían estado anunciando por el altavoz.
-Participen señores, pasen, apúntense. El primero que llegue a la meta, se llevará el premio soñado por todos ustedes. Pasen, pasen, no se arrepentirán.
Fueron muchos los que pasaron a informarse y tras leer las bases pocos los que se apuntaron. Estas eran muy simples:
Concursantes del género masculino, de entre cuarenta y cinco y cincuenta años. El concurso consistía en una carrera de doscientos metros, con una serie de obstáculos que debían salvar. El primero que llegara a la meta se llevaría un premio sorpresa, que no podría abrir hasta llegar a su casa.
En todo ello pensaban nuestros amigos concursantes, cuando escucharon el pistoletazo de salida.
Comenzó la carrera. Estaba claro que todos querían llegar el primero, pero, poco a poco se fue destacando un hombrecillo que corría, se arrastraba y saltaba obstáculos con pasmosa facilidad.
El hombre llegó a la meta aclamado y vitoreado por toda la concurrencia, todos le felicitaban. Lo subieron a hombros y le pasearon por todo el recinto. Se sentía feliz, no cabía en sí de gozo. Bailaba, reía y disfrutaba de su momento de gloria.
Al llegar la noche le hicieron entrega de su premio. Un paquete plateado, atado con una cinta negra y una etiqueta con destellos dorados, donde se podía leer: ¡No me abras!
-¡Enhorabuena señor, aquí está su magnífico premio! Ya sabe que no puede abrirlo hasta llegar a su casa, y para que no caiga en la tentación, dos de nuestros hombres le acompañarán y le dejarán en su misma puerta.
Dos hombres altos y fornidos, vestidos de negro, acompañaron a nuestro intrigado concursante. El camino se le hizo eterno, el silencio era total. Respiró aliviado al llegar a su puerta. ¡Al fin en casa! Pensó.
Se despidió de sus acompañantes y entró directamente al salón con pasos apresurados. La impaciencia se reflejaba en sus movimientos.
Con dedos temblorosos soltó el lazo y abrió la caja. Su contenido cayó al suelo con un golpe estrepitoso.
El horror se reflejó en sus ojos. ¡Y un alarido desgarrador resonó en el silencio de la noche!