Me levanto temprano y preparo el café.
Hiervo el agua aparte y a veces agrego cardamomo.
El chisporroteo se rinde y suelta su aroma.
Galopa en el ambiente esencias frutales avellanadas
que le arrebatan el podio al pan tostado.
Mientras tanto, mi mente se extravía en el dintel de la ventana
divagando en este rito del primer café de la mañana.
Si el sabor se anida en la punta de mi lengua
entonces la mezcla viene balanceada
y si pasa sin permiso hasta el fondo de la boca
es que el amargo fenol excedido
transgrede las especias y sus notas de frutos originarios.
Me lo imagino amigo de la paz mundial cuando se bebe y se dialoga
en conversaciones registradas en el reflejo de su tinto mudo.
Lo idealizo azuzando a declarar un amor inconfeso
para que resbale hacia el lenguaje y cobre vida.
También me toca a veces pedirle que me siga
cuando me atrevo a viajar hacia mi mundo y se viste
con su túnica de parchitas apiñadas.
Desde luego de tanto en tanto,
lo rebalsa la amargura de almas resentidas
clavando en sus gargantas estalagmitas cavernarias
desesperadas por salir del malhumor y la ceguera.
Suele ser sombra fiel de la aceptación que trasciende y perdura
en la simpleza de las causas nogadas.
En las puntas de las piñas motiva al entusiasmo
para hacernos atractivos y queribles.
Café de robusta y arábica
madera y frágil
para escribir poemas y recuerdos íntimos
y dejarlos reposar en sus laberintos,
a ver si encuentran su razón de ser.