Pues hoy me ha dado, otra vez,
por recordar, sin barreras,
sensaciones placenteras
para escribirlas después.
Me acuerdo de que una vez
me enamoré de una monja,
yo le espeté una lisonja
y el rubor subió a su tez.
Me he acordado, mire usted,
de una blusa transparente
por sobre el seno turgente
de una imponente mujer,
de aquel gato de tres pies
que compré en una almoneda
y una esfinge de madera
que robé en El Corte Inglés,
de aquel agudo ciprés,
que, asomado a mi ventana,
miraba cada mañana,
día si y otro después,
tan derecho era el ciprés
que lado izquierdo no había
y yo al mirarlo veía
solo derecho y revés,
de la serena altivez
de una adorable chiquilla,
creo que de Barranquilla,
con cuyo porte flipé,
de aquel pájaro escocés
que es como se referían
a aquella por quien bebía
los vientos y anís francés,
de un chaleco del revés,
con que fui rey de una fiesta
de disfraces y la siesta
con la reina, el día después,
de la Carmen de Bizet,
una ópera en la que suena
una habanera muy buena,
que compuso un alavés,
de la música de West
Side Story, cuya pieza
Somewhere, de tanta belleza,
me hace llorar cada vez,
de un caro whisky escocés,
con un sabor exquisito
y aquel delirio infinito
de un polvo en Pentecostés.
de la que me hizo un francés,
faena que fue hace años,
mostrándome unos apaños
para morir de placer.
Ya no me quiero extender
más, por hoy tengo bastante,
quizá ya, más adelante,
pueda el tema reemprender.
© Xabier Abando, 05/12/2024