Los seres humanos nos enfrentamos a un umbral sutil al nada más nacer.
Dos caminos que divergen en las vías del destino:
Morir en una soledad fría y silenciosa
O ser amado en un mar de ternura.
El instinto paternal es un faro,
Manteniéndonos en un cálido abrazo de quienes se preocupan por nosotros,
Cada susurro tejiendo una trama de amor,
En cada aparición su emoción nos envuelve.
Pero cuando el amor no existe,
Cuando los abrazos se convierten en ecos lejanos,
El corazón del niño se siente vacío,
Como un jardín marchito bajo el frío.
En esa carencia se siembra la búsqueda,
Anhelando profundamente encontrar el amor no obtenido,
Un refugio donde florece el corazón,
Cada lágrima se convierte en una semilla de esperanza.
Así crecemos, navegantes de nuestra propia incertidumbre,
De no saber si recibimos lo que merecíamos.
Muchas almas están marcadas por un silencio desgarrador.
Lo buscamos en los rostros de otras personas,
Manos extendidas que nos den calor,
Incluso si el miedo susurra en nuestros oídos,
Sabemos que el amor es un faro,
Una promesa de que un día,
Encontraremos nuestro propio rincón.
Cada encuentro, cada mirada,
Reafirma el deseo de ser visto de alguna forma.
Aunque el amor es esquivo,
Puede florecer en un corazón herido.
Las cicatrices cuentan historias,
Porque recuerdan lo que ya ha sanado,
Hay un eco de esperanza resonando:
Todavía hay tiempo para amar y ser amados.
Entonces, entre luces y sombras,
Seguimos buscando y seguimos avanzando,
Ten confianza en cada paso que das
Esto es un manifiesto de vida,
Merecemos ser amados,
En este viaje eterno hacia los corazones de los demás.