Sin seguridad:
Vacilan mis pasos, el camino es tenebroso si no distingo la luz del futuro.
Si llegado al punto, en el que a un amor solo le queda la esperanza y vive de los sueños, ¿qué sentido tiene el sufrimiento añadido por la espera? ¿Qué sentido tiene mantener la ilusión mirando a un horizonte sin más referente que un desear lo que no está en la seguridad de que pueda llegar?
Ahora:
Amarte lo es todo, porque eres el amanecer de mis sombrías noches.
Antes
No es posible vivir siempre de quimeras
encerradas en un sueño,
y, además, con la visión acotada, limitada.
¡La vida es sombra, la muerte, nada!
Sueños que son delirio,
espejismos de playas, con olas y sin orillas.
Después
La vida es un tránsito breve, lo que no hagamos
en ella… ¿Dónde lo haremos?
Y si acaso, como la flor que muere y resurge
de su semilla, ¿no será esta siempre distinta?
¡Oh, pétalo tan bello! ¿Por qué abandonas tu rosa?
¿Es que no sabes que te quedarás sin sus aromas?
Siempre:
Tú serás lo eterno, porque eres el dulce incienso que me ahuyenta para siempre las dudas.
Indeterminado
Y cuando surge de pronto el beso,
que se lleva la fragancia de una flor,
esparciendo sus aromas al viento
será la realidad que se apodera de ella.
No es así cuando es verdadero un amor,
compartido, capaz y duradero.
La Verdad:
Es tu amor, aroma que se va extendiendo por mis sueños, despertando mis sentidos.
Y por la supervivencia de mi alma, con fervor, me repito:
Si he llegado al punto, en el que a mi amor lo sustenta la esperanza y le mueven los sueños, ¿no será quizás que en la espera no tienen cabida las quimeras? Porque al mirar al horizonte, por dónde surgen mis deseos, referente de mis ansías, la luz que se refleja, no es otra que la de ella.
Puede que, sin seguridad, vacilen mis versos.
Salvo cuando mi inspiración vaya a su encuentro y mis rimas coincidan con sus poemas.
Es por todo que no les huyo a las quimeras, me aferro a la esperanza y dejo que la fe eche raíces en mi alma. Sé que sus palabras son el rocío de mis mañanas y sus miradas, la brisa que avivan las llamas sagradas de amarla. Claridad que nunca se apaga en el horizonte que ella, con los finos trazos de sus poemas, me dibuja.
Y aquí estoy, mujer de dulces palabras y radiante mirada, sentado en el banco del ayer, a la sombra de la higuera, tratando que mis incoherencias no se alejen de tu luz dorada, pues en ella sé que tengo las respuestas a todas mis dudas. Las que se difuminan al llegar a un horizonte de amor, que no sabe de distancias y menos de quimeras.
Bueno, pero ¿ella dónde está?, me pregunta una voz que sale del más allá, a lo que le respondo:
Ella está en el futuro, en el agua de los ríos, en las orillas de la playa de mis sueños. En las ramas de la higuera, en sus hojas y en sus frutos. Es el tiempo y el espacio donde se mueven mis deseos. Es la esencia de mi fe y lo profundo de mi esperanza. Y para que nada se quede atrás, te confirmo que es de la poesía, la rima, los versos y los besos que se entrelazan en los labios de sus estrofas.
A lo que siguió la voz: Entonces, en vista de tu fortaleza, esa que no se deja vencer por grande que sean las distancias, las que median entre realidad y soñar, te concedo un deseo. Que sea cual sea, se va a cumplir al instante.
¿Con quién hablas? Me pregunta quién estaba sentada a mi lado en nuestro banco de los sueños decorado con los recuerdos del pasado.
Tan de repente se había cumplido mi deseo que no me dio tiempo ni siquiera a pensarlo. Lo que quiero decir es que, cuando un deseo es tan intenso como el más apasionado de los besos, no hace falta nombrarlo, equivalente a pensarlo, es la raíz de la fe, la rama de la esperanza y el agua de un poema que mantiene viva y florida a la higuera.
Y le respondí con mis labios, rozando los suyos. Estoy hablando con el destino, cariño, ese que baraja las cartas y no descuida a un amor que es la pura verdad de la vida. Ahí, ya no pude seguir, se habían abierto las puertas del cielo para mí.
Lo que siguió a continuación forma parte de nuestro pasado, que partía de un presente refulgente entre su cuerpo de seda y el mío anhelante de sus fronteras, que no eran otras que las orillas de mis deseos, donde recalaban las olas de sus rimas, confirmación de que la vida empezaba con ella.