Te veo y me pregunto,
¿qué es lo que debo hacer?
Para intentar que me veas,
que así es como soy
y es todo lo que puedo ser.
Me da la sensación
de que mientras más hablamos,
menos tengo para decir.
Raro, ¿no?
Cuando siempre tengo algo para decir.
En ti creía encontrar algo llamado hogar,
pero tú nunca fuiste mi hogar.
El hogar lo llevo en mí,
yo soy mi hogar,
tú, un invitado nada más.
Mi puerta está abierta por si decides quedarte,
pero una vez que salgas,
la cerraré.
Te veo y me pregunto:
¿por qué debía hacer algo?
No quiero intentar que me veas,
porque yo me veo, sé reconocer lo que soy.
Qué lástima que no veas más allá.
Así es como soy:
amo todo lo que puedo llegar a ser.
A tu lado experimenté un estremecimiento,
uno como los que pasan sobre el mar.
El detalle está en que un estremecimiento sigue a otro,
hasta que hay cientos de ellos,
y no hay vuelta atrás.
Estar contigo no se sentía como un estremecimiento vago;
el tuyo era de verdadero placer.
Ese cosquilleo repentino,
ese que te da el observar las olas chocar contra la orilla.
Poco a poco se convirtieron en pequeños espasmos,
espasmos que no me dejaban en paz,
espasmos que deseaban que no siguiera aquí.
No podía más,
no podía respirar.
De repente, todo paró.
El espasmo se convirtió en curiosidad,
la curiosidad en calidez,
y la calidez en amor propio.
Ahora ya lo sé:
mi hogar es mi esencia,
un faro de luz que brilla desde adentro,
capaz de iluminar a quien tenga alrededor