Salvador Galindo

Jinete del ocaso

Una manada de caballos

Se escapan con prisa

y así evoco la penuria equina

que se lamenta de crines y bosques.

 

Así lo supe y lo celebro como el jinete que soy

cabalgando siempre las dichas y desdichas.

 

Su relinche ora por carreras y premios

carreteras enteras en pavimento de las estrellas

las lejanas estrellas de la inspiración.

 

¡Cómo recuerdo la brillantez

de aquellas lides del más atractivo metal!

¡Cómo recuerdo aún la sensación

de sentirse el jinete

de todo lo que permanece verde, vivo y veloz!

 

Y en el horror de mirar

a la maravilla que deslinda la virtud,

el roce de la vergüenza misma.

Por la fría contemplación

de saberse lúcido,

ya no calzan herraduras en mi orgullo.

 

 ¡Cuán loco es el artero nervio

de los que dominan el mundo sobre sus pies!

Y el cordel ya no sujeta el cuerpo,

porque añora el regreso del tropiezo,

del impacto,

del estigma.

 

Y de torso a espalda

parezco la piedra que, seca por fuera,

se sumerge sin remedio

 

¡Cuán extraño se siente

Ver vivir y ver crecer sobre mí,

corpóreo el mundo que es causa de la manada!

 

Y al llegar un caballo llamado Muerte,

Me uno a la tierra y formo parte

de todo lo que permanece

verde, vivo y veloz.