Una manada de caballos
Se escapan con prisa
y así evoco la penuria equina
que se lamenta de crines y bosques.
Así lo supe y lo celebro como el jinete que soy
cabalgando siempre las dichas y desdichas.
Su relinche ora por carreras y premios
carreteras enteras en pavimento de las estrellas
las lejanas estrellas de la inspiración.
¡Cómo recuerdo la brillantez
de aquellas lides del más atractivo metal!
¡Cómo recuerdo aún la sensación
de sentirse el jinete
de todo lo que permanece verde, vivo y veloz!
Y en el horror de mirar
a la maravilla que deslinda la virtud,
el roce de la vergüenza misma.
Por la fría contemplación
de saberse lúcido,
ya no calzan herraduras en mi orgullo.
¡Cuán loco es el artero nervio
de los que dominan el mundo sobre sus pies!
Y el cordel ya no sujeta el cuerpo,
porque añora el regreso del tropiezo,
del impacto,
del estigma.
Y de torso a espalda
parezco la piedra que, seca por fuera,
se sumerge sin remedio
¡Cuán extraño se siente
Ver vivir y ver crecer sobre mí,
corpóreo el mundo que es causa de la manada!
Y al llegar un caballo llamado Muerte,
Me uno a la tierra y formo parte
de todo lo que permanece
verde, vivo y veloz.