La adoré por la mañana
y la olvidé por la tarde
porque nunca quiso darme
del amor su roja llama.
Con sus aires de Cleopatra
se creía inalcanzable,
y espero que Dios me guarde
de querer de nuevo amarla.
Aunque su mágica estampa
con su belleza me atrae;
yo la expulsé ya del alma
para evitarme pesares;
y del corazón la entrada
le cerré con doble llave.
Autor: Aníbal Rodríguez.