En los senderos donde el alma camina,
dos luces se alzan, eternas y finas:
el amigo que cuida tus pasos cansados,
y el amor que transforma los días nublados.
Un amigo es refugio en tormentas oscuras,
su risa desarma las penas más duras.
Es mano que sostiene, farol en la niebla,
y el eco que alivia cuando el mundo te niega.
El amor, en cambio, es fuego y canción,
es un río que fluye sin pedir razón.
Te eleva en sus alas, te rompe y te sana,
te da nuevas fuerzas cuando el tiempo se ufana.
Cuando ambos se encuentran, magia sucede:
el amigo en silencio escucha y concede,
el amor da colores que antes no viste,
y juntos construyen lo que tú creíste.
En días sombríos, el amigo es abrigo,
y el amor, la chispa que incendia el camino.
En días radiantes, comparten la gloria,
y graban en oro cada nueva historia.
Son trazos del alma, dos fuerzas sagradas,
que llenan los vacíos y curan las jornadas.
Amor y amistad, tan distintos, tan ciertos,
comparten el arte de unir universos.
Que nunca te falten, que siempre te guíen,
que juntos sostengan los sueños que pides.
Pues en ellos reside lo puro, lo eterno:
la esencia del cielo en tu mundo terreno.