En el paraíso abundan las rosas sin espina, el espacio vacío para que los pecados se evaporen por la soledad del hombre solitario. Se atraen unos a otros cuando el otro no es contemporáneo; ya no se puede arreglar, ni mojarse la cara en el baño. La mujer llega cuando el hombre detesta.
No existen los viáticos, pero sí la simpleza de las cosas. Cada uno porta una ley en que alguna vez fue juzgado por faltarle el respeto a su nombre cuando no hubo lugar en el meridiano. La conciencia sigue siendo libre por caer en cualquier hueco; cada uno se pierde, cada uno se rasca cuidadosamente. La felicidad es asombro, pero fugaz; por eso mereceremos caer alguna vez en el averno.
La inocencia aún sigue siendo de los grandes porque alguna vez jugaron por prometer otro destino a alguien que le faltó pelo, en que estamos traspasados por un rayo de luz, porque nos enamoramos pocas veces y somos pobres otra vez.