Las nubes, como capas de pintura,
Cubren el rojo cielo de la tarde,
Y se tiñen de tonos y colores
Que decaen y perecen lentamente…
¡Mira esos montes impasibles! Siente
En sus formas cambiantes lo sublime,
Lo extraño y lo imperfecto confundidos.
Mira las sombras, las siluetas vivas
Que nacen tras la muerte y se engrandecen
Tras la muerte del día en el horizonte…
Y el aire que te mueve los cabellos,
Suave como la brisa de un suspiro,
Frágil como el silencio de unos ojos.
Y la triste canción que todo envuelve,
Que nace de tus labios palpitantes
Y, tenue, se dispersa entre la brisa…
¿Lo logras comprender? Aquí se encuentra
La esencia de la rosa sin disfraces;
Los colores convergen, las imágenes
Capaces de saciarte de belleza;
Las pasiones se mezclan en tu pecho
Y te colman de un éxtasis ignoto;
Lo eterno y lo finito son lo mismo,
Nada los diferencia en este instante.
Podríamos recostarnos para siempre
En el deleite de un atardecer,
Y de los sueños nacerían poemas,
Versos sinceros, ritmos sosegados.
Nos volveríamos parte de la tierra,
Y la trémula luna nos daría
Sus lágrimas cubiertas de belleza…
¡Ven! Sumerjámonos en el crepúsculo
Mientras el sol perece lentamente.
De las imágenes saldrán los símbolos:
Tomándolos en nuestras amplias manos
Los volveremos letras y sonidos.
Que tus ojos se junten con mis ojos
Y, cual lágrima pálida, les brote
Un suave poema…
El montón de nubes
Poco a poco sucumbe ante la noche:
Su color languidece, malherido,
Como un fuego que pierde su poder,
Y aquel rojo implacable de la tarde
Se vuelve un blanco lívido y cansado,
Casi como una sábana traslúcida…
Cerremos nuestros ojos y durmamos,
Nuestro sueño va a ser el de la muerte;
Y mañana, más tristes y más sabios,
Gozaremos del fruto de la luz.