Una noche con amigos
es como morir
con una sonrisa colgada del vientre,
fosforecente, anidada
más allá de las palabras,
propia de un destello
de los soles de enero.
Y es en ese momento,
en el que parece acabarse el tiempo,
cuando más estoy contento
y a mi rostro golpea el viento
y deshace los lamentos.
Es curioso cuando a las miradas
le sobran las palabras,
cuando las lágrmas se tocan
y un brazo sobre el hombro
nos da el siguiente segundo
seguido del aliento.
Y esto más que una palmada
es tan sólo una mirada
que me levanta la frente
y me hace ver que es esta gente
con la cual siempre contaba.
Y se desvanece la ceniza
que me gasta los dedos,
el fuego que me quema los setiembres,
las arañas, las malas pisadas,
se convierte el tiempo inclemente
en la gloria de los minuteros.
Y a la mañana el epitafio no lo escribe nadie,
me basta la sinceridad de la sonrisa hermana
que no me pide ni futuro, ni favores,
que no me pide na' de na'.