El espíritu del éxito,
esa idea que se comercia como un ídolo roto,
es la celda donde la vida queda cifrada.
Tomar una decisión auténtica
es caminar tras las huellas de otros,
huellas que no dejan más que polvo
de un triunfo casual, robado al azar.
Todo está dado para la dignidad,
pero en los lugares donde reina el silencio,
pensar es un crimen,
y el eco de las cadenas laborales
resuena en cada rincón del mundo.
Occidente ya no es un punto cardinal,
es un todo sin salida,
un reloj descompuesto que dicta condenas.
El tiempo, ese oleaje incesante,
golpea con su marea de pérdidas.
Cuando crees pisar suelo firme,
el siguiente flujo devasta tus refugios.
Y entonces lo comprendes:
la vida no es más que un vaivén de heridas,
un intento constante de reconstruir
lo que el mar del devenir arrasa sin piedad.