Engreída la rosa irguió su tallo
cuando el rocío en ella se posara,
y fue él, de su belleza un fiel lacayo
que el fino terciopelo acicalara.
Mas transformó su beso en un desmayo
el sol, que con el alba despertara,
secándole a la hermosa flor luciente
el llanto, que el amante le regara.
Nada dura en eterno, nada dura.
Porque a todos llegará ese momento
de perder por completo la tersura.