Valentin Von Harnicsh

Marinero Sin Mar

Una epopeya de hace ya largos inviernos, 

En esta taberna conocida vengo a contar:

Eran novicias las lunas del alto sur costero, 

Cuando surcaba la mar un joven marinero:

Gallardo, altivo, moreno, de oscuros ojos negros... 

Una creación cautiva del salado viento. 

Algunas veces en naves de guerra, de corso o de comercio, 

Recorrió infinitas aguas con profundo anhelo;

Algunas veces, un completo héroe bohemio, 

Recorrió los siete mares del vasto firmamento. 

Pasaron los meridianos, las crecidas y todos los paralelos, 

Y ese iluso novato se volvió Capitán de un velero;

Pasaron por sus tablas y estancos dichas y lamentos, 

Y ese novato Capitán surcó cada rincón del hemisferio. 

Se acercaba la madurez para ese lobo marino, 

Resquicio de la inocencia y el desgaste del tiempo;

Se acercaba también el temido destino, 

Restos quizás de un oculto y cautivo deseo. 

Así volvió a recorrer el mundo, sin mapas ni prudencia, 

Buscando conformarse con nada, con mucho y con todo;

Así volvió a desolar las costas de la inquietud postrera, 

Buscando saciar la eterna sed en el vino, las mujeres y el oro. 

Muchas veces encalló en bancos inesperados del camino, 

Pocas veces logró anidar más de siete lunas en tierra adentro;

Muchas veces logró aliviar las ansias del cansado ánimo, 

Pocas veces sentía que su carga era un consuelo. 

Y de aquel velero, llamado \"El Errante\" Por su dueño

En las capitanías de ello mucho se habló, 

Algunos con admiración, otros con profuso terror, 

Por que, ya curtido, de ello fama le dió. 

Pero un día, harto de estar harto, se cansó, 

Quiso por siempre recalar en la paz del embravecido corazón:

\"¡Barco peregrino ya nunca más!\"

Y un último viaje, sin saberlo, realizó. 

Cuentan que el cansancio en Alejandría una noche le alcanzó, 

Ya todo lo probó, todo lo tocó, todo lo detestó y despreció

Y en la bruma de aquella milenaria ribera,

Por primera vez su espíritu se apaciguó. 

Vio el profundo del misterio azul en unos ojos moros, 

Pudo oler el aroma de la paz en el ébano de una cautiva, 

Bebió el elixir que alimenta el alma de aquellos esclavos labios

Y enbarrancó su navío para, por ella, no huír jamás. 

Pero falló. El miedo y la cobardía su determinación finalmente quebró, 

Aquella morena, hija de las arenas, fue reclamada por otro varón;

Pero falló. Aquella noche que se mintió y no le dijo adiós, 

Aquella noche el alma vivaz del viajero por siempre se ahogó.

El maltrecho corazón del Capitán anclado allí quedó,

En el puerto que da vista al mar donde aquel hombre esos ojos raptó;

Y no volvió a zarpar jamás, ni a buscar aventuras ni otra ilusión, 

Solo pasa sus días esperando si la rosa de los vientos le da dirección. 

Esa es la trágica historia de mi ruta de navegación, 

Aun tengo fe que algún día el confín volveré a explorar;

Ese deseo mantiene a flote el naufragio de mi desesperación, 

Pues anhelo que aquellos destellos que, cobarde me apresan, 

Me vuelvan a llamar y, solo para encontrarle, volver a zarpar.