Yeshuapoemario

VĂ­stanse con la nueva personalidad (Col. 3:10).

 

En el tejido de la existencia, hilos de luz y sombra se entrelazan,

tejiendo la prenda de la vida con hilos de penas y esperanzas.

Cada hilo, un pensamiento; cada color, una acción,

y en este tapiz divino, una nueva personalidad se forma con devoción.

 

Como el alba que despunta tras la noche más oscura,

la conversión es el amanecer de un alma que busca la luz pura.

Es el giro valiente, la decisión de cambiar la ruta,

dejar atrás el sendero de sombras, y en la senda de luz, poner la huella futura.

 

La mente, cual tierra fértil, se abre a la siembra divina,

acogiendo los pensamientos de lo alto, donde la sabiduría origina.

Transformarse es más que un acto, es un viaje que se afina,

un compromiso con el ser, una promesa que se destina.

 

La fe, esa fuerza invisible que mueve montañas y mares,

es la llave que abre puertas a nuevos y radiantes soles.

En el sacrificio de Jesús, hallamos el amor que no caduca,

y en ese acto supremo, la esperanza que nunca se ofusca.

 

Jehová, el observador de corazones, ve más allá de la carne,

reconoce el esfuerzo sincero, la voluntad que se embalsama.

Perdona, no por mérito propio, sino por la fe que desarma,

y en ese perdón, hay un renacer, una paz que calma.

 

Así, vestidos de nueva personalidad, renacemos en cada amanecer,

con la promesa de un día más para amar, para aprender.

Y en cada paso que damos, en cada verdad que abrazamos,

somos escultores de nuestra alma, artífices de los sueños que realizamos.

 

Que cada día sea un lienzo, cada decisión un pincel,

y con los colores de la fe y el amor, pintemos nuestro ser.

Que la nueva personalidad sea un reflejo de lo divino,

y en cada acto de bondad, un pedazo de cielo nos llevamos con nosotros, en el camino.