El maullido rasga la noche,
un rumor incómodo que pide alimento
en el vacío de mi insomnio.
Debí dejarlo en la bolsa,
donde los otros cuerpos yacían silentes,
huellas de un naufragio sin retorno.
En mi mano persiste la señal:
tu pequeña tripa aún pegada,
un cordón roto entre lo vivo y lo inerte.
Tu aliento se desvanece,
y en tu agonía se alza un reclamo,
un eco que muerde mi proeza,
la vuelve sombra,
la hunde en el vértigo de lo irreparable.