Marcos Magallanes

ὁ μόνος Θεὸς

A mi boca viene una voz
nacida de otra voz anterior a la mía.
Soy testigo del Dios único,
que a veces, en largas contemplaciones,
en breves destellos de lucidez
que me recorren los enraizados nervios
con el estrépito fugitivo del relámpago,
sustituye mi cuerpo con su cuerpo
y sus ojos calzan en mis ojos
como si fueran dos cristales cóncavos,
y todo yo me sé abarcando la existencia
como si mi carne fuera el río
y fuera el sol y la nube
y los vapores del pan, y la frescura
con la que respira un trozo de hielo.

De pronto una tristeza me retuerce los riñones.
En esta divinidad olvidada
que llena las porosidades de mis huesos
me halla perplejo una realidad agobiante:
no estás hecho, mística soledad interminable
a nuestra imagen y semejanza.
En tu omnipotencia, te cerca
la misma insuficiencia que me paraliza al momento.
Nada hay que puedas hacer sino existir
indiferente, incapaz de amar u odiar
pues comprendes la trama, el boceto,
el andar silencioso de las hormigas
y no puedes emitir juicio o tomar partido
sino decaer en una compasión inerte y resignada,
observando con curiosidad pero sin asombro
el devenir de los hombres
su pequeño amor, sus pasiones suicidas,
la terquedad con la que se oponen al tiempo
y la amargura con la que asumen al fin
que el fuego es el fuego
y que la carne solo leña
en una fragua más larga y más que ellos mismos
y que han sostenido por accidente al hacer el amor,
al desear las cosas sencillas
y mover los ímpetus que ordenan el mundo
que nutren una ourovoros imposible
nacida de la génesis misma que los hizo humanos.