He buscado mi lugar en cada rincón,
en cada sombra que roza mi ser,
en palabras rotas lanzadas al viento,
plegarias ahogadas
que nunca encontraron respuesta.
Llamé hogar a manos vacías,
a miradas que me atravesaron sin ver,
a habitaciones llenas de ecos,
donde mi voz se perdió en el olvido.
La pertenencia, ese espejismo cruel,
se burla de mí con promesas rotas,
me ofrece retazos de lo que podría ser,
pero se desvanece
cuando intento abrazarlo.
¿Es mi piel demasiado ajena,
mi alma demasiado errante,
o es el mundo el que nunca supo
dónde dejarme ser?
Cavo en mí como quien excava en un abismo,
desenterrando raíces que no nacen,
construyendo refugios
con los escombros de lo que fui.
Tal vez el hogar que busco nunca existió,
tal vez pertenecer no sea encontrar,
sino aceptar que soy la tierra rota,
el borde que no se cruza,
mi propio país,
mi único refugio.