Escucho el canto de campanas,
cómo sentencia del viento,
a mis recuerdos enmohecidos,
transpirados de musgo y caminos,
de histerias y vanidades,
de horas suplicantes,
y entrañas desesperadas.
Campanas de voz grave,
revelando los veredictos del tiempo,
advirtiendo a los huesos viejos,
que de rodillas no se regocija la vida,
que dentro del alma no hay pecados,
sino vivencias enardecidas,
que no demandan candelabros ni confesionarios,
sino ojos atrevidos.
Escucho campanas afligidas,
soñando con luz y fuego,
escarbando bajo la piel,
cronologías de pasiones y entregas,
besos y lágrimas,
gotas de sangre que fertilizan las manos,
para sembrar flores sobre peñascos y arenas.
Campanas del tiempo, ciegas, sin espanto,
con el eco de montañas y ríos,
de hojas secas,
de lo que fuimos,
de sueños sencillos,
de noches sin quebrantos,
de albas y esperanzas,
de consuelos y cantos.