Entonces el poema demoró en escribirse, pues el tiempo detuvo su manecilla en la curvatura de tu rostro, contemplándote, como si de un viajero que se olvida su camino al perderse en la perfección del instante.
Tus lágrimas, frágiles, desnudaron la armadura de papel del verso, y cada letra, como un soldado en formación, luchó por conquistar tu corazón.
¿Será acaso la salpicadura del mar un beso efímero sobre la piel de la arena, un susurro líquido que apenas toca y deja su huella en silencio?
Y fue en tu mirada donde todo el amor del mundo se reunió con tal intensidad, que su propia esencia se desvaneció, y el amor, convertido en un vestigio, quedó como una especie extinta en el vasto desierto de la humanidad.
La pluma danza en cada curva, pero no es mi mano quien la guía; es el alma, atrapada en el abismo de tu mirada, la que dibuja palabras que buscan redimirse. Y así, entre silencios y batallas, el poema vive y muere en ti.