No sale nada
de donde no hay.
No aprende
quien no lee
lo suficiente.
—citas que parafrasean a Rosa.
No es suficiente.
La castaña al abrirse
ofrece su fruto en sazón
a quien pasa si osa los dedos
en las espinas de su cáscara,
arriesga su sangre, rebaña
en garfio la oquedad de dentro,
se hace con el premio y lo prueba,
se vale de su navaja, la corteza
elude, descamisa el ocre oscuro
de su envuelta y la carne obtenida
lleva a la boca, la mastica, al cielo
mira dando gracias y repite, y otra,
y se sacia de azúcares y proteína.
No es suficiente.
No solo de castaña vive el viajero
porque, humano, este precisa de calor,
de alojamiento, catre, bañera caliente,
algo cárnico que llevarse al estómago,
una sopa que queme en un prinicipio
para luego hacerse amigable, y soñar,
imaginar que en algún punto del periplo
va a darse de bruces con lo imprevisible,
a confundir molinos con gigantes, trotar
a lomos de un mentiroso rocinante, flaco,
contra la ferrosa realidad de unas aspas.
Sigue no siendo suficiente.
Quien anda y anda mucho, y lee
y lee mucho, ve mucho y sabe mucho,
y estas —que ni por asomo mías— palabras
son de un caballero que de la pluma aviar
de un genio galopó y galopa el panteón
de la Literatura habida y por haber, y si
los gobiernos del mundo cual vademécum
lo usaran para sus quehaceres diarios,
tendrían sin lugar a dudas un bálsamo
de Fierabrás que purgaría a tanto trapacero
que holla los despachos de casas blancas,
rosadas y arcoíris; y si no que se lo digan
a Sancho cuando se despojó del grillete
que la Ínsula Barataria suponía para su sino.
Quien mal anda mal acaba, y a buenas
horas mangas verdes, y otros mil refranes
salpicando de gracias las mil páginas
continente de las más felices aventuras
que ninguna literatura ha parido salvo
la que me toca de cerca, y a esa pertenece
toda la letra que en las Américas verdeció
y verdece para vanagloria de mi lengua.
Ya sí es suficiente.