Una serpiente mecánica
atravesó la dehiscencia
de mi hígado serrado,
casi triturándose al paso.
El resplandor de su flash
cubría la bilis donde debía
encontrarse mi alma.
Se fugó por las tuberías
antes de ser captada por la cámara,
dejando un eco en su lugar.
Dejé patrullar su endoscopio
por mis carnes, desde luego:
no podía hacer más.
La mansedumbre metálica
excavando con su óptica
los confines de mis entrañas,
me hizo lucubrar poder ver,
al final, un repuesto
de mi vieja alma en la pantalla.