Para solo estar contigo me regojo de la tierra,
escribo,
desnudo a mi corazón
y rescato del lado oscuro
las voces perdidas, los cuadernos en blanco
los huesos regados,
olvidados.
Para solo seguir despierto en la larga espera
enciendo mi sangre como una hoguera
para la noche fría,
enredado en el profundo silencio,
como quien enciende un faro
y para que veas desde lo lejos al puerto perdido
de tu mar azul.
Nadie me dijo que había un espacio entre el vivir
y el morir,
y no sabía que en el silencio podía discurrir
un río de voces delirantes
luchando por salir hacia el aire de algún destino.
En este sitio no había nada,
antes de tu nombre no había nadie, antes de tus ojos
no había primavera
ni lluvia ahogando las ciudades.
¿Dónde estarás ahora mientras escribo?
Que enredaderas de peces jugarán alrededor
de tus tobillos, que aguas que no bebí
te mojarán el corazón…
Las tardes de ahora tienen un vago horizonte
que parecen de arena
y a veces se oye el canto de alguien triste que va
o que regresa
con el cuerpo separado de su corazón.
En algún momento regresarás y me amarás
como alguna vez.
Y entonces dejaremos atrás las calles silenciosas,
las ruinas,
la hierba que como piel de lo estéril
cubre a la muerte,
y también al silbido del aire en la medianoche…
Solo entonces con esa nueva mirada y el rayo de luz
de tus nuevos ojos
nos iremos
para nacer otra vez en lo que ya no ha de morir.