Desde
la salvaje superficie
que da voz
a nuestro cuerpo
al paisaje
de una ola
que habita
sin fecha
tu destino,
el sol interno de los sueños
en su demora centelleante
ilumina
el verso ciego
de una selvática luna
apátrida y gris,
donde la muerte íntima
del interludio
es auge del adviento
y morada del muérdago,
donde el habla hace acopio
de lo indecible,
invisible mirada
como señuelo
de un orbe
desahuciado por el tiempo,
en una singularidad
que tiene por verbo
a una raza huérfana
de expresión
Jugando a canicas
con las cuencas vacías
de sus ojos.