Alguna antigua lágrima
se cuelga de los ojos.
Y no queda otra cosa,
que convertir la lágrima
en el difícil arte de la melancolía.
El humo de los trenes
cayendo débilmente
sobre la noche fría.
Y el viento golpeando
sobre las hojas tristes
que dejan a lo lejos
tan solo el corazón.
Un olor milenario
a frutos disecados
guardados en estantes
y aquella casa vieja
que no sabe llorar.