Yeshuapoemario

El reino del mundo ha llegado a ser el Reino de nuestro Señor y de su Cristo (Apoc. 11:15).

 

En la vastedad del cosmos, donde las estrellas titilan como faros de eternidad, se teje una poesía de justicia y perfección. Como un tapiz bordado con hilos de esperanza y redención, la humanidad busca su lugar en el lienzo de la creación. Los que guían a otros hacia la luz de la justicia, según las palabras antiguas, resplandecerán con el brillo inextinguible de las estrellas, en un firmamento donde el tiempo no tiene dominio.

 

La justicia, un ideal tan antiguo como el alba de la conciencia, se convierte en el norte de aquellos que buscan la verdad en el laberinto de la existencia. ¿Quiénes serán los heraldos de esta era de perfección? ¿Serán acaso los resucitados, aquellos que han trascendido el velo de la muerte para abrazar una nueva vida? ¿O serán los supervivientes al Armagedón, los que, contra toda adversidad, se aferran a la promesa de un mañana renovado?

 

Y qué de los niños, esos seres de inocencia primigenia, que nacerán en un mundo transformado, ¿heredarán ellos la perfección de un paraíso restaurado? La perfección, ese estado real sublime y esquivo, no es garantía de inmortalidad, como bien nos recuerda la historia de los primeros caminantes del jardín terrenal. Adán y Eva, en su gracia original, tenían ante sí el don de la vida eterna, pero la condición era la obediencia, un tributo que no pudieron rendir.

 

Así, al final de un milenio de cambios y desafíos, cuando la Tierra se haya purificado de sus heridas y sus habitantes se hayan elevado a la cúspide de su potencial, se presentará la prueba definitiva. ¿Será la humanidad capaz de sostener la perfección alcanzada? ¿Se alinearán todos, sin excepción, bajo el estandarte del Reino de Dios justo y eterno?

 

La fidelidad, esa joya preciosa que se forja en el crisol de la voluntad, será la medida de todas las cosas. No basta con alcanzar la perfección; se debe también mantenerla, defenderla, como un tesoro que, una vez perdido, solo se recupera tras un largo peregrinar por desiertos de arrepentimiento y ríos de lágrimas.

 

En este drama cósmico, donde cada alma es a la vez actor y espectador, se despliega el acto final. Un acto que no conoce de guiones preescritos, sino que se escribe con las decisiones de cada ser, con la tinta indeleble de sus acciones. ¿Serán fieles al llamado de la justicia, o se desviarán, seducidos por la ilusión de una libertad sin consecuencias?

 

El tiempo, ese gran narrador, revelará el desenlace de esta historia milenaria. Mientras tanto, la humanidad continúa su búsqueda, un viaje épico hacia la perfección, guiada por las estrellas que, en su silencioso fulgor, susurran los secretos de un universo en constante expansión.