Nunca un río
es el mismo.
—Heráclito de Éfeso.
No es exactamente igual.
Un agua es en sí diferente,
tiene la misma composición
química que cualquier agua,
sí, pero lo que no se ve, lo que
oculta por disuelto constituye
su marchamo de clase, su tic
nervioso, su atributo distintivo,
y lo que la cataloga en los estantes
de cualquier supermercado, sea
alemán o español, o chiquitistaní
si allí existieran los supermercados.
Esto viene a propósito del comentario
que dejaste caer ayer en nuestro chat:
Heráclito no era químico, no, ni falta
que le hacía para entender —su enten
dimiento era fama en la comarca —que
el agua que por su río efesiano —del que
no quiero acordarme— bajaba rauda
nacía de un manadero que conectaba
por vía sagrada con el centro de la Tierra,
y desde allí, a la manera de una factoría
veinticuatro siete, subía a consecuencia
de una fuerza tan especial como extraña
que se sintetizaba en una suerte de marmita
divina, donde el moleculaje protagonista
de ese ingenio nacía nuevo desde algún
generador oculto a los ojos de los operarios,
y al aflorar al manadero susodicho
y posteriormente dar a luz entre las montañas
verdes de su tierra, tomaba la coloración,
el aroma, y el sabor únicos en ese contorno.
Toda esta alegoría viene a que, como quería
hacerte entender, lo que en apariencia es igual
a los incapaces ojos que nos llena concavidades
que si no fuesen llenadas quedaría fea la cara,
siempre, en su magma, guarda un sello, un tic,
una genuinidad donde ningún sentido puede
vivir ni queriendo...
Te dejo, que tengo que ir a recoger
a los niños al colegio.