Por sendas infinitas, alma mía,
Hallé un portal donde el tiempo se extingue.
Allí, en un Edén de luz y alegría,
A Hércules, mi fiel amigo, distinguí.
Con saltos y ladridos, cual niño feliz,
Corrió a mis brazos, mi alma a consolar.
En aquel instante, cesaron mis dolores,
Y juntos volvimos a empezar a andar.
Por verdes praderas y dorados caminos,
Ascendimos juntos, sin temor alguno.
En cada abrazo, mil promesas divinas,
Y en cada caricia, un amor eterno.
Mas el sueño se rompe, y despierto llorando,
Con el alma partida y el corazón roto.
Aunque la vida sigue, mi amor sigue volando,
Hacia aquel Edén donde mi fiel está esperando.